Un mundo feliz es una novela frecuentemente clasificada dentro del género de la distopía o la ciencia ficción. Huxley plantea un mundo “ficticio” con muchos detalles, en el que un tal Ford marca, literalmente, un antes y un después. Además de nombrarse los años con d.F. (después de Ford, haciendo un símil con d.C. o después de Cristo), Ford supone la invención del sistema de la cadena de montaje, sistema que se utiliza en este mundo para crear seres humanos. En efecto, ha llegado un punto en la historia en el que los humanos son creados en laboratorios, no tienen madres o padres; además, estas palabras son tabú, pues se considera una aberración primitiva el nacer mediante un parto. Los nuevos humanos crecen en centros específicos donde se les condiciona para convertirse en una de las diferentes castas que hay y desarrollar un trabajo correspondiente a esa casta. Además, se les condiciona también para interiorizar las costumbres y formas de vida de la sociedad avanzada y moderna. Aquellos que viven fuera de estas costumbres son considerados salvajes, y están apartados en reservas naturales como si de bichos raros se tratara. Sin embargo, el protagonista, Bernard Marx, cuestiona esas costumbres y se enfrenta a ellas: un posible fallo en la cadena de montaje hizo que Bernard no fuera perfectamente condicionado y en la novela vemos cómo trata de sobrevivir en un mundo en el que todo está controlado y automatizado.
Para aquellos con interés en la psicología, esta novela estira al máximo las posibilidades del condicionamiento clásico para hacer con los humanos lo que haríamos con un ordenador: programarlos. Si es posible o no, los límites de la ética nos impiden comprobarlo, pero en Un mundo feliz , desde luego funciona. Gracias a que los humanos son condicionados desde el momento en el que “nacen”, siempre son felices: tanto aquellos que tienen el mejor trabajo por pertenecer a la casta superior, como los que realizan las tareas más ínfimas. Cada uno ha sido programado para ser feliz con lo que le ha tocado ser; así no hay riesgo de que los de castas inferiores se rebelen o exijan mejores condiciones, y la jerarquía se mantiene sola. La obra es una inteligente crítica que enfrenta la libertad contra la felicidad. En este mundo se ha sacrificado la libertad pero, a cambio, todos son felices. Mientras tanto, los que son libres no son felices, como Bernard.
El tema de esta novela me parece muy interesante; los seres humanos nos pasamos gran parte de la vida durmiendo, pero el resto del tiempo lo empleamos en intentar ser felices. Un trabajo bien pagado, una casa bonita, una pareja que nos quiera o unos hijos maravillosos son algunos de los estereotipos más socorridos para conseguir la felicidad. Sin embargo, a lo largo de nuestra existencia parece que van surgiendo nuevos impedimentos a nuestra felicidad, nuevas necesidades que nos provocan infelicidad. Existen personas que están completamente felices con su vidas, pero cada vez es más raro encontrarlas. Parece que en nuestro mundo se procura que las personas no puedan conseguir su felicidad por sí mismas, sino que tengan que depender de otras personas o cosas para obtenerla, lo que lo hace una tarea mucho más difícil.
Después de leer este libro, me he dado cuenta de que hay elementos que se pueden extrapolar a nuestra realidad. Uno de ellos es el consumismo obligado. Consiste en crear en el individuo la necesidad de consumir determinado producto para ser feliz (en la novela se hace en los laboratorios con el condicionamiento, en la realidad se hace mediante la publicidad).
Creo que todas las buenas críticas que Huxley recibe con este libro son merecidas. Sin duda es una lectura muy recomendada, que hace reflexionar sobre el mundo en el que vivimos y sobre la naturaleza humana. Un mundo feliz (a diferencia de sus primos 1984 o Fahrenheit 451) no nos muestra el miedo a que se prohíban, por ejemplo, los libros, sino el miedo a que no sea necesario prohibirlos porque nadie va a querer leerlos. Quiero terminar con una de las citas más conocidas de esta novela, que ilustra esto y nos invita a pensar, que no es poco.
Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre.
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