Miradas

Un gas demasiado potente debió ser lo que despertó mi interés por ella. Yo me encontraba sentado en el lugar de siempre, y pasó por delante mía una mujer hecha y derecha, alta, rubia y con unos brillantes ojos azules. Durante un instante, nuestras miradas se cruzaron. Yo le debí parecer interesante, atractivo quizás, pues no contuvo sus efluvios ante mí: me mostró todo su ser. Provocó un gran estruendo en ese momento, y pareció que lo había hecho con el propósito de que yo lo escuchara. Si su objetivo era prolongar el contacto visual conmigo, desde luego que lo había logrado. Sin aquel pedo, la mujer habría seguido su camino, y yo no me habría fijado en ella más de un segundo, ni siquiera la recordaría. Pero eso no fue lo que pasó.

Tras la expulsión del gas, sus ojos quedaron clavados en los míos. No los despegaba ni un momento. Le dije ahola. Ella me saludó también. Le ofrecí que se sentara a mi lado, en el banco, y, por supuesto, lo hizo. Su fuerte olor me hizo ponerme un poco nervioso; nunca había estado con una chica con un aroma tan peculiar y tan sexi. La conversación empezó a fluir espontáneamente, y distintos temas se sucedían uno tras otro. Su forma de hablar era tan penetrante y mágica que, por un momento, desconecté y me quedé mirándola embobado, hechizado. Ella se dio cuenta de esto, y me preguntó si estaba bien. Le dije que no era nada, y propuse dar un paseo.

Mientras caminábamos en silencio, me agarró de la mano. No me lo esperaba. Era la primera vez en mucho tiempo que tenía contacto con una mujer, sus dedos se entrelazaron con los míos, que estaban sudorosos, pero no parecía importarle. Me sonreía, tenía una sonrisa perfecta. En aquel momento me sentí la persona más feliz del mundo, me estaba empezando a enamorar. La acompañe hasta su casa, y me invitó a entrar. Las luces estaban encendidas e iluminaban un amplio salón con cocina americana. Era un buen apartamento para estar situado en el centro de la ciudad. Esta mujer, además de ser interesante y atractiva, tenía dinero.

Tonto de mí, que caí en la trampa sin siquiera olérmelo. Lo único que conseguía oler era su exquisito aroma, que impregnaba toda la casa. Me llevó al dormitorio, y allí había un hombre tumbado en la cama. No se movía, parecía muerto. El olor era más intenso en aquella estancia, y otros sucesivos pedos hicieron que me acercara a la mujer, por la que tanto deseo sentía, y la besara. Fue largo, sus labios estaban húmedos y su lengua se movía en mi boca como una serpiente. Me agarró del cuello y me tumbó en la cama, al lado del otro hombre. En aquel momento, tuve miedo. Me quedé allí, quieto, mis músculos no reaccionaban. Ella salió del dormitorio y cerró la puerta. El olor se hizo más intenso, la habitación se llenó de gas.

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